Durante mi prolongada inocencia me dijeron:
"Al final de cualquier camino, hallarás parte de tu destino".
Dos años después le perdí el respeto a mis mayores.
El tiempo que tardé en reflexionar dicha premisa,
fue el mismo en aprender a caminar despacio,
pero por mí mismo.
Conseguí hasta a alguien para anudarme la corbata; hasta podía aguantar mi condición de ser, aún sin saber diferenciar libertad de libertinaje.
Acabada mi enseñanza sobre el pedestal,
empezado el camino hacia mi cumbre,
mis nervios a flor de piel por lo que se avecina.
Dos años después los menores me perdieron el respeto.
No hay más vida que la que se vive. Sin más.
Toda la infancia aprendiendo a ser alguien respetable, ¿para quién? Para ti mismo.
¡Qué menos que aprender a ser tú mismo, sin intermediarios!
Natural como respirar, susurrar a una mujer que la quieres o susurrárselo a la vida.
Debajo de mi habitación, bajo tierra, a dos pies, pasando frío están mis maldiciones
en palabras. Y sobre ellas me miro al espejo, miro mis lamentos, observo mi cuerpo,
más curvo por las experiencias.
Y cuando más erguido estoy, en mi totalidad, mis piernas flaquean y
mi cuerpo se balancea al son de la muerte, de la edad misma.
¡Y qué menos que aprender a ser tú mismo, sin intermediarios!
Natural como morir en paz contigo mismo.