martes, 9 de febrero de 2021

Este amorío moderno.

 




Los tramposos laberintos de ceniza marrón se fueron con los vientos de las avenidas quietas, por los zaguanes del pueblo antiguo y el tendero que escupe,
vendiendo esas piedras inútiles que nos salvarán de todo mal.
Ningún camino nos salvaría, se dijo, que me acuerdo. 
Ni siquiera al llegar junto a los banquitos, fríos como el demonio.
Una pausita entre tanta bolsa de la compra y tantos porvenires.
Las baratijas te gustaron siempre porque encierran dientes rotos, de tiempos cuerdos, de sonrisas que son mejores que la portada de los libros, de los olores despojados por la habitación de dos locos.

Canción sin vertebrar, ni un poco. 
Al llamar a la noche siempre nos llegaba la mañana.
¡Ahí está ella escondida a plena luz, bajo los focos, con el telón tendido!
Cortina casi amarilla que cae en cascada, resguardando la canción.
Me proclamaste guardián y señor de vanguardia, esculpido con cincel delgado.
Heredo más que sonidos, heredo la sinfonía precisa, entera y por cantar.
Entre la luna; lunares y lunáticos.

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